La inauguración de la Copa Mundial de Fútbol Brasil-2014
posibilitó la triste constatación de que la FIFA y sus normas están colocando al fútbol lejos,
muy lejos de los verdaderos aficionados del fútbol.
Las tribunas de la Arena Itaquerão, mostró a personas regiamente
vestidas, casi todas con vistosos lentes de marca; señoras mostrando una falsa elegancia
salida de grifes cuyos productos son fabricados por gentes que no son de su ralea,
que no tienen condiciones de asistir a la Copa; caballeros acompañantes a la
altura. Todos juntos, los llegados de varias partes del mundo y sus congéneres
brasileños que (se notó hasta por la televisión), ciertamente, no son
habituales de las canchas, domingo a domingo.
La Copa del Mundo Brasil-2014 es una especie de
Fórmula 1 en el principado de Mónaco. Está hecha para la élite mundial, para
los que pueden ser asaltados oficialmente por la FIFA y sus precios abusivos.
Pues esas brasileñas y brasileños son los que silbaron
a la presidenta Dilma Rousseff; rechiflaron justamente a quién les dio la posibilidad
de mostrar su riqueza en un escenario donde se disputa un deporte popular.
Fustigaron a una mujer que, como primera autoridad,
asumió la responsabilidad de organizar un evento, en nombre del país, cuyos
hombres no tuvieron la capacidad de calcular pros y contras y que se rindieron
a las imposiciones de la FIFA.
Valientemente, Dilma Rousseff estuvo llorando de
emoción al oír el Himno Nacional de Brasil, porque solo ella sabe, como
ciudadana y no como política, cuánto es dañina la ignorancia de la burguesía.
Y algunos medios de comunicación brasileños e
internacionales (entre ellos bolivianos), que ignoran la realidad de Brasil,
ejercen la profesión con una alarmante superficialidad. Esos “enviados
especiales” dieron un sospechoso énfasis a los silbidos de una élite que escupe
en el plato que come, que tiene mucho dinero pero poca educación.
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