Siempre fui un
convencido de que para ser periodista deportivo y dedicarse a comentarista, es
necesario, literalmente, “estar en la piel de jugadores y entrenadores”, o sea,
entender que no es fácil defender, armar, atacar y, sobre todo, marcar un gol.
Asistiendo fuera de las
cuatro líneas, es muy cómodo para nosotros opinar y criticar cuando un jugador
no está rindiendo bien o cuando un entrenador toma decisiones en el transcurso
del cotejo.
A veces, los
periodistas nos comportamos como verdaderos hinchas y no como profesionales de
la información dándonos libertades que no nos corresponden, al querer “ser la
voz de la hinchada”, como si ésta nos hubiera extendido un poder para
representarla.
En el cotejo entre Bolívar
(0) x Wilstermann (4), la hinchada bolivarista fustigó al joven golero Quiñones
durante casi todo el cotejo, exigiendo su cambio, culpándolo por la pésima
presentación del equipo.
Para garantizar su
audiencia, periodistas comentaristas se apresuraron a sumarse a las acusaciones
de la hinchada celeste, olvidándose que también viven gracias a la existencia
de los jugadores de fútbol.
Señores, hay una cosa básica
en el fútbol: cuando el ataque deja que el adversario salga jugando con balón
dominado, recarga el trabajo del medio
campo que, si no marca, individual o
colectivamente a presión, dificultará el trabajo de la línea defensiva, que si no está
bien entrenada para la cobertura o la línea de impedimento, ciertamente pasará
dificultades.
Noten que el arquero es el último hombre a ser culpado
por un resultado, a no ser que tenga falla individual.
¿Y la hinchada tiene la obligación de saber eso? NO,
claro que no. Los hinchas no son por acaso llamados de aficionados.
Pero los periodistas tenemos, SÍ, la obligación de entender esas situaciones
que en lenguaje futbolístico son conocidas como tácticas, esquemáticas o
sistemáticas, dos cosas, a proposito, totalmente diferentes.
Y el entrenador Portugal de Bolívar, claro, entendió
perfectamente lo que su equipo estaba pasando, no atendió a la hinchada, tomó una decisión muy
profesional y, sobretodo, de respeto al ser humano: dejó al arquero Quiñones en
cancha no solo porque sabía que no era el culpado por el resultado, mas,
precisamente, porque lo más importante era preservar la carrera del portero
académico.
Al final, en la decisión, al defender tres penales, el
crucificado Quiñoes agradeció la confianza de su entrenador, calló a la
hinchada bolivarista y dio una lección a los periodistas deportivos bolivianos.
Resultado: Bolívar en la final de un torneo sin
ninguna importancia, pero que, por las situaciones como las que nos ocupa en
este post, a veces sirve para acrecentar algo a la cultura futbolística.
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