Corría más de la mitad de los
´60, yo militaba en la Tercera División del Bolívar.
Por coincidencia, mi
señor padre, Héctor, prestaba servicios a la Academia, llevando en su bus a los
profesionales celestes a la concentración de Achocalla, al Siles, o al
aeropuerto cuando viajaban.
El entrenador de Bolívar era el
griego Dan Giorgadis, tan disciplinador cuanto “papá” para sus jugadores.
Celoso, acostumbraba a sorprender de madrugada a sus pupilos en sus propias residencias.
El único que le ganaba
en bondad y disciplina era don Lauro Ocampo, que, él mismo, al volante de su
camioneta-kombi Volkswagen azul, nos llevaba a los chicos hasta las canchas de
la Asociación de Fútbol de La Paz, en Cota Cota, para que juguemos por el
campeonato.
En esa época, las cuartas, tercera y segunda divisiones jugaban todos
los domingos, durante todo el año.
Pues en esos mismos
tiempos, no sé si para jugar con Bolívar (quién sabe mi amigo Julio Mamani me
ayuda a recordar), llegó a La Paz la delegación del San Lorenzo de Almagro.
Buticce, Amado, Villar, Albrecht,
Telch, Rendo, Cocco, Calics, Rosi, Veglio, González, y “El Lobo” Fischer (¿falta algún notable de
ese equipo, Julio Mamani?).
Equipazo traía el Ciclón
(no sé de dónde salió eso de, hoy, Los Cuervos).
Se quedaron algunos días en La Paz.
Por indicación
e Don Lauro Ocampo, mi papá fue el encargado de transportar a los jugadorazos del San
Lorenzo y yo, infiltrado, iba junto a la delegación, a dónde mi padre me
permitía.
Fue la primera vez que pisé en un hotel “5 Estrellas”:
era el Copacabana, en El Prado, que entonces dividía las preferencias de los
pudientes con el La Paz, hasta ahora en pié junto a las gradas en el mismo Prado.
Lo que me llamaba la atención de los jugadores del San
Lorenzo, era su extrema fe católica, pues, todos los días, por la mañana, atravesaban la avenida para la oración diaria en
la Iglesia María Auxiliadora.
¿Será un homenaje católico a San Lorenzo? a propósito,
¿Quién es el santo Lorenzo? (otra para don Julio Mamani).
No lo sé, pero de cierta forma el comportamiento de la
delegación argentina me cautivó.
Chango yo, me hice amigo del utilero, de cierta forma
por interés: Quería una camisa del Ciclón.
“Antes de irnos, te consigo una pibe”, me dijo.
Quería lucirme frente a mis amigos Rogélio Delfín,
admirador del Ríver y del fútbol argentino; y de Raúl Villegas, admirador del
Ríver y de Pinino Más, puntero izquierdo, como él.
Los otros cuates de nuestro equipo, Los Kunkas, ni
siquiera Willy Chambilla, no teníamos entonces preferencia por algún equipo
argentino, pero admirábamos, sí, el fútbol de ese país, con el que teníamos
contacto solo a través de la revista Goles que Rogelio coleccionaba, gracias a
la benevolencia de su señor padre, Don Néstor Delfín.
Pues no recuerdo ahora cómo le fue al San Lorenzo en
tierras paceñas, pero lo que sé es que años después (1969 en Buenos Aires) vi a Telch, Tojo, Gonzalez y Albretch, eliminar a Bolivia en sus aspiraciones para llegar a una Copa del
Mundo Méxic-70. Justo con un penal marcado por el capitán Albretch.
Cosa de adolecente, rabioso por el penal inventado y después de esa eliminación,
descolé de mi pared, en mi cuartito de la Bartolina Sisa, el poster del San
Lorenzo, donde figuraba, junto al equipo, el utilero, mi amigo, que, “a duras
penas”, me dijo, me consiguió un par de medias, azul y rojo, que pertenecieron
al lateral derecho Villar.
No tuve la camisa del San Lorenzo, pero, caramba,
¿quién tiene las medias de San Lorenzo?, me pregunté y me consolé.
Esas mismas medias que fueron a parar, más adelante, como
trofeo, en las pertenencias de Raúl Villegas quién, después de duras y arduas
negociaciones, me las cambió por un pantalón “bota ancha” que, en verdad, me
hacían mucha más falta.
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