Hace
tiempo no salía de mi casa para ir al estadio Siles, de La Paz, por la noche.
Me animé
porque quería escribir sobre la Academia, para conmemorar el texto nº 1.000 de
este blog.
Atrasadito,
pero fui. Llegué a los dos minutos de comenzada la cita.
Tenía
curiosidad de ver a Bolívar en cancha, sobre todo después de los episodios de
las últimas horas, que redundaron en la salida de Vladimir Soria de la
dirección Técnica.
Ya
que voy a ir, me voy a internar en el medio de la hinchada bolivarista, dije,
cuando me dirigía a Miraflores. Y así fue: pagué mi entrada a la curva norte,
25 bolivianos; de inmediato, un sandwich de chorizo, 10 lucas; en el intervalo,
dos pucacapas, 6 bolivianitos; y un café,
4 morlacos. Al final, mi aventura me costó 45 bolivianos, o en dólares, 6,50.
Barato,
dirán los que me leen en el exterior; estás loco, me dirán los que me dan el
gusto de su lectura en territorio nacional. Mi mujer me daría una bronca, si le
cuento que gasté todo eso y que abandoné el estadio a los 30 minutos del
segundo tiempo.
Es
verdad, Bolívar ganaba 2 a 0 (Ferreira y Lizio en la primera etapa) a un Aurora
que me mostró porque está yéndose a la segunda división, y no aguanté el
partido. En realidad era un partidito, con derecho a penal perdido incluido
(Callejón en el segundo periodo), que se jugaba en el medio sector, donde los
locales hacían gala de su tradicional pichanguita, con jugaditas de pases de
máximo 10 metros de distancia.
Desistí.
Ya
en el auto, rumbo a mi residencia, pude oír el relato de mi amigo Pablo Loza a
quien le oí cantar el tercer gol de Bolívar, por medio de Ferreira, de balón
parado.
Pude
oír también la silbatina de la exigente hinchada bolivarista que no perdonaba
la falta de interés de su equipo. Y no olvidaba que Cardozo había botado la
camisa en un juego anterior.
Caramba,
dije, pensando, ya volante en mano, si ese es el fútbol que Bolívar está preparando para enfrentar al Flamengo,
por la Libertadores, en pleno Maracaná, la próxima semana, no dudo de que Marcelo
Claure deberá gastar unos buenos dólares extras, para pagar el exceso de
equipaje al retorno. Los goles también pesan.
De algo me sirvió mi excursión al estadio miraflorino. Me convencí que el problema
del equipo de Bolívar no es entrenador. Son los jugadores. Muchos con las
mismas características, con poca fuerza para el choque, para la disputa; eso impide
que la Academia imponga su buena calidad técnica individual.
Y,
ahora me día cuenta también, que les
falta un líder dentro de la cancha, que sea la voz del entrenador dentro de las
cuatro líneas.
Los
dos capitanes no tienen perfil para ello: A Ferreira, goleador y buena persona,
mal le deben oír sus compañeros y siquiera gesticula, le falta voz de mando. Flores,
el otro capitán, se hace oír a golpes, a golpes en los adversarios, y en lugar de tener
carácter con sus compañeros, tiene temperamento con los árbitros, le falta inteligencia
para ejercer el cargo. Por eso la mitad del campeonato se la pasa suspendido.
En
resumen, Bolívar aún no es un equipo, es un grupo de buenos jugadores.
No pensaba, pero acabé conmemorando las mil publicaciones del Blog, escribiendo sobre Sandwich de chorizo y pucacapas. Nada mal, si tomamos en cuenta que esos dos productos forman parte de la historia misma de la gastronomía y del fútbol bolivianos.
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