Imponente, el Siles reina en Miraflores de La Paz.
El objetivo final, era el
estadio Hernando Siles, para ver "al Estronger” enfrentando "al Wilster”.
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Me programé para llegar a
las 14h45, 15 minutos antes del partido. Para ello, salí de casa a las 10 de la
mañana.
“Dejo el auto en la Busch,
tomo un minubus y me voy hasta la ex Estación Central, para conocer el
Teleférico, Línea Roja, y subo a pasear a la Feria de la 16, en El Alto”- pienso, planificando.
Dicho y hecho: llego a
Miraflores, estaciono, cierro el auto y me voy por la Díaz Romero, para esperar
el minubus en la Saavedra. Veo una tiendita y decido que mi desayuno será una
salteñita, en esa esquina.
-¿De carne o de pollo? - me
pregunta la simpática señorita.
-De carne – le respondo.
Bueno, en realidad, la
salteña era de pura papa. Primera vez que me sirvo “salteña de papa”.
“-Camacho, Pérez, la Seja” –
grita una voz femenina. Ese era mi minibús. Era las 10h30, me subo.
-Hasta el puente de la
Cervecería – le digo.
-Uno cincuenta, sueltitos
nomás – me dice la señora que vestía una gruesa pollera.
Hasta mi punto de bajada,
en la Cervecería, el minubús demoró 25 largos minutos, distancia que
normalmente debiera percorrer en la mitad de ese tiempo.
¿Dónde están los guardias de transito? |
El chofér de mi “mini”, un
joven que, con la visera de su gorra hacia atrás y una camiseta de un equipo de
fútbol con el número 13 en la espalda, poco se importaba con los pasajeros y su
destino. Su objetivo era llenar el minibús. Si no está totalmente cargado, no
avanza.
Recuerdo que hasta hace
poco tiempo, habían los llamados “educadores viales” que la Alcaldía de La Paz
había creado y que consiguieron, a trancos y barrancos, darle un poco de orden
al caos de la San Francisco. La Policía Nacional se encargó de expulsarlos.
Lamentable.
Hasta la década del ´70 de la estación Central partia el tren que llegaba a Buenos Aires, Argentina. |
La CBN, otrora orgullo de los paceños. |
En sus entrañas, funciona
el Teleférico, Línea Roja, en un predio rojo que intenta justificar el equívoco
de muchos “arquitectos”, de que toda mezcla de vidrio y cemento, es sinónimo de
modernidad.
Lo "moderno" y lo "antiguo". La arquitectura en debate. |
Tres bolivianos para llegar a la "Jachá Qhathu" en doce minutos, después de una fila de una hora y diez minutos. |
-¿Por dónde voy ahora? - le
pregunto a otra señorita que luce, orgullosa, una chamarra azul, casi celeste.
-Vaya por la derecha y haga
fila para embarcar – me responde, con una sonrisa irónica.
Las filas en el Teleférico, en días de feria alteña (jueves y domingo) no compensan el paseo. |
Por encima de nuestras
cabezas, bajan y suben los “carritos” colorados del Teleférico y. en tierra, al
fondo, yace el único testigo de la otrora bella y romántica Estación Central:
un vagón del tren que seguramente hizo centenas de veces el tramo La
Paz-Villazón.
-Los jueves y domingos es
así, por eso yo no le traigo a mi mamá – me comenta una cholita vecina de fila – todos van a
la feria – me dice, equilibrando con raro talento su sombrero “dominguero” que posa encima de sus cabellos perfectamente negros.
Como la fila era una especie
de víbora que daba vueltas y vueltas, la oportunidad era buena para oírme a mí
mismo – pienso. Ahí, saco mi radiecito portátil (que me acompaña siempre que
voy al Siles), la prendo, me pongo los auriculares y sintonizo Radio Salesiana
89.7 FM. “Aquí Brasil”, el programa que presento todos los sábados y domingos,
ya estaba “al aire”.
Las magnificas voces de Gal Costa y Tim Maia, tuvieron que disputar las ondas de radio con la voz de un pastor "diezmero". |
Irónicamente, los
brasileños Gal Costa y Tim Maia interpretaban “Un día de domingo” un tema
delicioso pero, en lo mejor de la música, comencé a oír una voz con acento extranjero que, interfiriendo,
gritaba:
“¡Mis hermanos, su corazón,
sus pensamientos, su inteligencia, no les pertenece, todo pertenece a
Jesús! ¡Lo que ustedes tienen en sus casas, en su trabajo, lo que
ustedes consiguen en la vida, todo pertenece a Jesús!”.
Eran las ondas de otra
emisora de radio que se mezclaban con las de Salesiana y la voz probablemente
pertenecía a un pastor que pregonaba y justificaba el diezmo de su rebaño.
Pasé 1 hora y 10 minutos en
esa fila. 20 minutos reglamentarios menos, que un partido de fútbol; 70 minutos
entre música brasileña y los gritos de un fanático.
-Las personas de la tercera
edad, las señoras embarazadas y con wawas no tienen preferencia?- le
pregunto a un joven con la misma chamarra azul celeste, empleado del
Teleférico, antes de pasar por el control.
-Tienen preferencia
solamente si compran la “tarjeta”- me responde, antes de, inmediatamente,
decirme, “¡apúrese, pase!”.
Entro al “cochecito” rojo y
me siento cómodamente, junto a otros 7 pasajeros. Una verdadera conquista.
Al final mis cansadas
piernas le agradecen a mis nalgas por encontrar un lugar para descansar.
El Teleférico parte de la Estación Central (estación Taypi Uta, que quiere decir "Casa Central, en Aymará) y
llegamos a la Estación del Cementerio General (Estación Ajayuni, que significa "Espiritu" en Aymará), donde paramos menos de 30
segundos, tiempo suficiente para sorprenderme:
-Recorran, recorran, por
favor, van a subir dos personas más – nos dice una bronceada señorita vistiendo
la chamarra azul celeste.
Hay caramba, por momentos
se me vino a la memoria la vieja frase “pase, pase, al fondo hay campo” de los
viejos micros paceños.
Demoramos 12 minutos desde
la ex Estación Central ( hasta la Estación 16 de Julio de El Alto (Estación Jacha Qhathu - que quiere decir "La Gran Feria" en Aymará), o sea, que mientras hacía fila, podía
haber hecho tres veces el mismo viaje, ida y vuelta.
Mi Telefunken roja, "objeto de mi deseo", ya encontró su lugar en mi residencia. |
En la Feria de El Alto, una
vieja radio Telefunken, roja, color característico de la década del ´60, me
conquistó, fue amor a primera vista.
-80 pesitos, pero no sé si
funciona – me dice un caballero, murmurando entre una cucharada y otra de una
apetitosa ranga (comida típica boliviana a base de panza de res).
-Está más caro que tu ranga
– le respondo bromeando, usando una vieja táctica, antes de pedir la tradicional rebaja.
-Mi ranga cuesta 10 pesitos
nomás – me responde.
Listo, el hielo fue
quebrado.
-Solo tengo 30 pesos – le
digo.
-No, por lo menos págame el
valor de cuatro rangas – me dice.
A las 14h00 el negocio fue
cerrado.
Tengo una cita pendiente para comer "la ranga de doña Maruja", en la Feria de la 16, en El Alto. |
-Si te has antojado, servite
una ranguita pues, doña Maruja te lo trae – me dice.
Le comento que tengo que ir
al estadio y que las filas en el Teleférico para bajar a la hoyada deben estar
largas.
-No seas gil pues, a tres
cuadras de aquí hay un montón de minibuses y te llevan (literalmente, pienso)
hasta el Cementerio. En días de Feria es muy lleno el Teleférico – me dice.
Ahí “me doy de cuenta” que
realmente fui muy gil.
-Chau cuate, me voy nomás,
otro día comemos juntos una ranguita – me despido.
¡“Cementerio, Buenos Aires,
Garita; Cementerio, Buenos Aires, Garita”!
“Ese mismo”, pienso y
apresurado, me subo al minibús, lleno de gentes con sus k´epis (carga en Aymará). Uno de los
pasajeros tenía como compañía a una llanta, al lado, bien “sentada”; solo le
faltaba hablar a la goma.
Llegamos hasta la parte
posterior del Cementerio tranquilos, pero con un calor sofocante.
A lo lejos, una música de
banda llegaba a nuestros oídos y se mezclaba con la voz de un "puesto
dos" que salía de la radio del minibus y que participaba de “la previa” de una emisora de radio y que dictaba
la alineación del Tigre. “Estoy a tiempo”, pienso, optimista.
Pero mi optimismo acaba casi en
ese mismo instante:
No importa el día, ni el tiempo, ni el lugar: la música tiene que continuar en La Paz. |
-¡Hay bailarines, no voy a
ir por la Garita, me voy a entrar por la Eloy Salmón! Nos comunica el
maestrito.
Dicho y hecho, cruza la
Buenos Aires y sale hasta la calle del tradicional Tantakatu (significa "mercado de cosas viejas" en Aymará) paceño, cuando
otro ritmo folklórico nos llega al oído:
-¡Otra preste, no voy a
poder llegar a San Pedro, es mejor que se vayan bajando a pié! – nos grita el
maestrito.
Ni qué hacer; mis viejos t´usus (pantorrillas en aymará) todavía me responden”, le comento al caballero de la llanta y me despido.
-Yo voy a ir San
Pedro y no me voy a bajar maestro, te he pagado por mí y por mi llanta, así que
me llevas nomás, es "aro 15", es pesada – le dice al chofer, medio molesto.
-¡Te voy a llevar pues – le
responde – pero vamos a tardar!.
Cargando mi radio roja
llego hasta la Max Paredes y Sagarnaga, para tomar un minibús hasta el Siles.
Pasan varios, llenos.
Cuando veo uno vacío con
cartelitos en el parabrisas: “Camacho, Estadio, Hospital Obrero, Cruce Villa,
San Antonio”.
Contento me subo y me
acomodo exactamente detrás del maestrito.
“¡Dos carrileros; al fondo
con una línea de tres; en el medio sector, dos volantes de contención; más
adelante, dos volantes mixtos; y un solo delantero!”, escucho, sin importarme
mucho si el “puesto dos” se refiere al Tigre o al Wilster, pues para ellos,
generalmente los equipos juegan con esquemas iguales.
En realidad las
alineaciones no me importaban mucho en ese instante, pues estaba más interesado
en el maestrito del minibús, pues me parecía cara conocida.
-Cómo es caballero – se apresura en decirme, sin ningún remordimiento – estaba muy trancado para ir a San Pedro, así
que estoy yendo hasta la Villa; allí vivo pues – me comenta, el pende, que le
había cambiado sus "cartelitos" a su mini.
-Y el amigo de la llanta – le
pregunto.
-Le he devuelto sus ocho
pesos de sus pasajes (de él y de su llanta) y se ha ido caminando nomás – me
dice.
Llegamos a la Carrasco, en Miraflores, le
pago otro 1 boliviano y 50 centavos y me voy corriendo a dejar mi radiecito roja en el auto.
Cinco pesitos más, para no hacer fila. |
Como soy enemigo de comprar
de revendedores, me dirijo a la ventanilla.
-Una recta general, por
favor – le digo.
-Sueltitos nomás, no tengo
cambio – me responde malcriadamente el caballero de lentes, no sé si empleado
de The Strongest.
Previo reclamo a la misma
altura, me dirijo a la ventanilla de al lado.
-¿tiene cambio de cien? -
le pregunto.
-Sí, tengo, y además yo veo
siempre su programa en Televisión Universitaria – me responde y me pregunta en
seguida: Pero, ¿por qué no va a preferencia? Ahí con su credencial de
periodista entra gratis.
Cuando no estoy trabajando, pago con gusto "mi entradita". |
Quería explicarle que no
acostumbro a usar mi credencial cuando no estoy trabajando, pero me hubiera
demorado mucho; y además, no salía de mi mente un suculento sándwich de
chorizo, pues no había almorzado.
El amable caballero que me
vendió la entrada, sarcásticamente se despide, diciéndome: “¡No va a renegar
mucho en su programa pues! No sé si fue un elogio, una crítica.
A las tres de la tarde en
punto, hacía mi ingreso a la General del Siles. En los corredores, me dirijo a
la primera cacera (persona a la que le compramos o vendemos con frecuencia) que encuentro, acomodando cuidadosamente los chorizos en el perol (unos
amarillos aún, y otros ya bien cafecitos, casi quemaditos, listos para
“cachirlos” (comerlos).
El sandwich de chorizo no puede faltar, sobre todo en la General del Siles |
-¿Completo? - me pregunta
la señora que, por momentos me llevó a pensar cómo consigue trabajar con los
humos rozándole la cara que, además, lucía un maquillaje cuidadosamente
elaborado y que hacía un juego armonioso con su cabello teñido de un rubio
oscuro.
Los gritos me despiertan y,
sandwich de chorizo en mano, me voy a la recta de la bandeja alta, divisa
con la curva sur, tradicional reducto estronguista que, sabía, no fue
habilitado porque estaba en arreglos.
Y no solo las gradas de la
curva sur lucían escombros de cemento, piedras, arena, palos, etc, la “pista
atlética” también. Así mismo, unos días antes había sido reinaugurado, con
fiestas y platillos, por el gobernador César Cocarico.
Casi solo, sintiéndome el
rey de la semi curva, pegado al alambrado, comencé a cascarle (comer con aínco) mi sándwich de chorizo;
corrían 5 minutos del primer tiempo.
A los 15 minutos, ya había
gentes a mi lado y yo no aguantaba más estar sentado, pues los tornillos de los
“asientos” se encargaban de incomodarme; tres o cuatro asientos al lado, una
señora, con un cierto volumen corporal, que no armonizaba precisamente
con su estatura, se encargó de quebrar el asiento amarillo.
Eso era lo de menos, pues,
al otro lado de la recta, en la bandeja baja, cerca de la curva norte, los barras
bravas del Tigre daban un "espectáculo" aparte, pues, sin ceremonia alguna,
arrancaban los asientos para arrojarlos contra los barras bravas del Wilster.
Previamente, estas dos
barras ya habían hecho un “precalentamiento” en la Plaza Triangular, donde se
agarraron a piñas (puñetes), rindiendo un homenaje a los barras bravas argentinos, de
quienes copian “todo lo mejor”.
No me voy a quejar, fue una
experiencia sensacional.
Primera vez que experimento
ir al Siles desde la zona sur, pasando previamente por la zona central y por la
ciudad de El Alto.
¿El resultado del partido?
¡Ah, sí!: 4 a 1 para el Tigre.
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