Pablo Ortiz, de El Deber de
Santa Cruz de la Sierra, en excelente artículo, nos cuenta la relación de
Carlos Chávez con el fútbol. El presidente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF),
está actualmente detenido en la cárcel de Palmasola.
El
hombre que se adueñó de la pelota pierde en lo penal
El Deber, 27.07.2015.
Surgió de la nada y en pocos
años se hizo con el mando del fútbol. Escaló tanto que estuvo a punto de ser
presidente de la Conmebol. Sin la red de la FIFA, ahora está en caída libre.
Desde la cárcel, se sabe acorralado, pero no se lo puede dar por derrotado.
Pablo
Ortiz
Carlos Chávez tira el
cigarrillo rubio que acaba de fumar y lo pisa con la obsesión de quien trata de
evitar un incendio. Está en un cuarto vacío, sin muebles ni más decoración que
las pisadas de los presos que pasaron por las celdas de la Fuerza Especial de
Lucha Contra el Crimen de Sucre.
Da tres pasos y vuelve al
mismo lugar, como dándose cuenta de que no tiene adónde ir. Lleva la mano
derecha a la boca. Mira a los que lo miran y parece incómodo. Carlos Chávez, el
hombre que supo adueñarse del fútbol, el que manejó la Federación Boliviana
desde una cafetería, el que llenaba el espacio que ocupaba con su aroma a
tabaco, es ahora un animal enjaulado, un trofeo de un zoológico político, pero
habla como si aún pudiera comerse a todos si le abriesen la puerta de la
celda: “No estoy quebrantado -dice, con esa voz de ultratumba-, esto no tiene
ni pies ni cabeza”.
Lo que para Chávez “no tiene
ni pies ni cabeza” es una acusación de 20 páginas de la Fiscalía General del
Estado en la que se lo acusa de haber conformado un grupo delincuencial -el
Comité Ejecutivo de la Federación Boliviana de Fútbol- destinado a quedarse en
el cargo por casi toda la eternidad, con el fin de apropiarse de los dineros
del balompié (como Bs 200 millones en nueve años).
Le achaca, además, de haber
estafado a todas y cada una de las 40.000 personas que compraron su entrada
para ver cómo Brasil goleaba a Bolivia en una tarde soleada en el Tahuichi,
allá por 2013, ya que esos fondos debieron ir a la familia de un niño muerto en
un partido de fútbol entre San José y Corinthians.
La tesis es que, desde 2006,
Chávez se convirtió en una especie de brujo que se las ingenió para que nueve
asociaciones departamentales y 12 clubes de la Liga Profesional dejen sus
destinos en sus manos.
Paracaidista
Cruceño, 54 años, padre y
esposo, Carlos Chávez no es como cualquier otro camba de su edad y posición
social: no hizo el eslalon institucional antes de volverse poderoso, no tiene
comparsa ni fraternidad conocida y ni siquiera tiene gente que públicamente admita
ser su amiga.
Guido Náyar es una
excepción. Tal vez por considerarse exiliado y perseguido, Náyar reconoce que
conoció a Chávez antes de llegar al fútbol. Cuando Náyar era ministro de
Gobierno, Carlos Chávez trabajó en la división de Extranjería de Migración.
También colaboraba en la
comisión de finanzas de ADN, el partido del general Hugo Banzer. “Siempre he
tenido un buen concepto de él, ha sido un buen funcionario y se ha destacado en
el área económica”, recuerda Náyar, desde algún lugar fuera de Bolivia.
Antes de eso, Chávez fue un
hombre en busca de su espacio. En una entrevista, en 2014, contó que salió
exiliado de niño, que vivió en Chile antes de que su familia huyera del golpe
de Pinochet, que rebotó hasta Francia para asentarse en Alemania, que estudió
en la universidad de Berlín y volvió a Santa Cruz con 25 años.
En los 10 años que pasaron
entre su regreso al país y su inserción en el fútbol, Chávez fue un funcionario
público que nunca duró más de cinco años en el mismo cargo.
En el campo de juego, fue un
mediocampista ofensivo lo suficientemente técnico como para participar de
olimpiadas universitarias en Alemania, pero en los despachos, fue un ariete
rápido y efectivo: comenzó como dirigente en 1997, dos años después ya era
presidente del club más grande de Santa Cruz y siete años después ya mandaba en
el fútbol nacional.
Llegó al fútbol por una
fatalidad. Náyar recuerda que comenzó en la dirigencia de la mano de Luis
Antonio Áñez, que era vicepresidente ejecutivo de Oriente y falleció durante el
corso de Carnaval de 1997. Chávez lo asesoraba y lo sucedió en el cargo con
tanto éxito que luego Óscar Mileta se hizo a un lado para que se quedara como
presidente.
El obsesivo
“En algún momento, Carlos
Chávez fue el cambio”, dice un hombre que estuvo muy cerca de él y que ahora es
su enemigo. Como presidente de Oriente, Chávez creó un bloque de oposición
contra todo lo establecido en el fútbol y se rodeó de dirigentes efectivos y
acaudalados, que pronto trajeron éxitos deportivos a los albiverdes.
En 2001 se coronó campeón
después de 10 años y mientras él fue presidente, Oriente siempre estuvo entre
clasificados a torneos internacionales. Además, inauguró la era de los
dirigentes de fútbol a tiempo completo. “A Oriente llegaba a las 8:00 y se iba
10:00 de la noche”, recuerda su exaliado.
También supo crearse un
enemigo a la altura de sus ambiciones. Antagonizó con la dirigencia de Blooming
hasta calentar en exceso los clásicos. Recuerdan en especial uno de ellos, en
el que Oriente ya no se jugaba nada y Blooming dependía del resultado.
Habían expulsado al Cochi
Justiniano en el anterior partido, pero Chávez insistió que el entonces
baluarte albiverde juegue. Entró a la cancha, brilló e hizo el gol de la
victoria con un cañonazo desde 35 metros. A Oriente le quitaron los puntos,
pero Chávez se dio el gusto de celebrar.
Otro, un hombre que le
guarda una especie de admiración culposa, lo define como un tipo ordenado,
metódico, persistente, inteligente y jugado. Dice que es un apasionado de la
lectura, un espectáculo bailando salsa y un estudioso de la normativa del
fútbol. Ese conocimiento lo llevó a conseguir su reelección como presidente de
Oriente cedulando a toda la barra brava y yendo contra buena parte de la
dirigencia histórica del club.
Uno de los que lo apoyaron
en ese momento fue Adhemar Suárez. “No es mi amigo -aclara de entrada Suárez-,
es un tipo muy especial, un poco esquivo, muy talentoso, buen estratega.
Siempre tuvo un trato distante. Hasta cierto punto, un poco autoritario”.
En ese momento, en 2002,
Chávez era un crítico de cómo se manejaba el fútbol. Creía que debería haber
una sola cabeza que gobierne todo, que se le debería dar más importancia a las
divisiones inferiores, que el fútbol aficionado debería ser incentivado con
dinero y premios y que deberían irse todos los viejos dirigentes. Casi nadie,
salvo su entorno en Oriente Petrolero, lo tomaba en serio.
El príncipe
Antes de hacerse con la
presidencia de la Federación, Chávez intentó apoderarse de la Liga. Fue
candidato de oposición a Mauricio Méndez y perdió 11 votos contra uno. Era
2006, su situación en Oriente era insostenible y las elecciones para la
Federación Boliviana de Fútbol estaban cantadas.
Rómer Osuna, eterno tesorero
de la Conmebol, era el presidente cantado. Incluso ya había distribuido las
comisiones entre viejos dirigentes y tenía el apoyo de toda la Liga
Profesional.
“Todavía quedan 12 horas”,
le dijo Chávez a un colaborador cercano. Al día siguiente, tenía en el bolsillo
a todo el fútbol amateur y la elección ganada con el voto de su club. Lo que no
sabía Osuna y la vieja dirigencia es que Chávez es un estudioso de Nicolás
Maquiavelo.
Había aprendido que el fin
justifica los medios y salvo que él era el nuevo presidente, nada iba a cambiar
en el organigrama de la FBF. Los viejos dirigentes se pusieron bajo sus
órdenes, el fútbol boliviano siguió siendo un monstruo con tres cabezas que se
negaban a pensar como una sola. Chávez manejaba una federación quebrada y
endeudada, Méndez encabezaba una Liga con clubes hundidos y Jorge Justiniano
dominaba el amateurismo famélico.
No solo los que habían
conspirado con él para llevarlo a la FBF se habían quedado sin pega, sino que
los dirigentes de Blooming, el eterno rival, el más odiado, aparecían en la
foto. Fue este club el que lo postuló para la reelección en Tarija, en agosto
de 2010, cuando prometió quedarse solo 11 meses más en el cargo para ‘refundar
el fútbol boliviano’.
Para ese entonces ya no era
bien visto por el presidente Evo Morales. A través del ministro de Deportes,
Miguel Ángel Rimba, el Gobierno cuestionó la reelección del cruceño y él
prometió refundación del fútbol en 2011. Antes de eso, vino el quiebre
definitivo con Evo Morales.
Sucedió en Venezuela,
durante la Copa América. La FIFA había puesto en duda a La Paz como sede de las
eliminatorias del Mundial y Morales le propuso a Chávez volar desde Caracas
hasta Zurich para convencer a Joseph Blatter de mantener la sede. Chávez se
negó. Morales fue a Zúrich, trajo al suizo a Bolivia y el Hernando Siles siguió
siendo el campo de la selección nacional.
Luego de la Copa América,
Chávez citó a un congreso de la FBF, donde cambió los estatutos, eliminó el
Consejo Superior de la Federación y dio todo el poder a un Comité Ejecutivo en
el que todos podían ser cambiados, excepto él. Ahora sí había una sola cabeza
en el fútbol, la suya.
La caída
Entre 2006 y 2014, Chávez
manejó unos Bs 200 millones en la FBF y nunca rehuyó a la pregunta de si se
había hecho rico con el fútbol. Se defendía diciendo que era rico desde antes,
desde sus abuelos, que tenía negocios de ganadería y una empresa de importación
y exportación con sus hermanos, pero nunca fue demasiado específico. “Si usted
gana $us 10.000 o 15.000 por mes por 10 años, está asegurado.
En estos tiempos de Evo, el
que heredó un pedazo de tierra se hizo rico”, dice un hombre que estuvo cerca
de Chávez y que vio cómo se reeligió para un tercer mandato en una plaza de
Trinidad, luego de que la Policía dispersara la reunión lanzando un gas
lacrimógeno en la sala donde Chávez debería ser reelegido. “Ahí debió haberse
ido -añade-; pero se sentía respaldado por la FIFA”.
Cada vez que el Gobierno anunciaba
una investigación de los dineros del fútbol, una carta de advertencia llegaba
de la FIFA y de la Conmebol respaldando a Chávez. El boliviano se había logrado
afianzar en el ámbito internacional y, junto con el paraguayo Ángel Napout,
lideró un recambio generacional que desplazó a la generación de Nicolás Leoz de
la dirigencia.
Para ese momento, Chávez ya
era tesorero de la Conmebol y manejaba un presupuesto anual de $us 100
millones. Pudo haberse quedado en el cargo y dejar la FBF, pero decidió seguir.
“Quedó desnudo y en la calle cuando aparece la investigación a la FIFA. Él
creyó que la Conmebol y la FIFA iban a recuperar su poder y siguió desafiando
al Gobierno, negándose a renunciar, hasta que le cortaron la cabeza con este
juicio”, dice el testigo.
Cuando el Gobierno abrió la
investigación sobre la supuesta corrupción de Chávez, no tenía absolutamente
nada para imputarlo, pero él decidió no ir a declarar hasta pasada la Copa
América. Cuando volvió de Chile, 42 dirigentes y gente a la que había hecho a
un lado, habían aportado documentos, pruebas y sospechas en su contra. El
Estado había encontrado la forma de imputarlo, detenerlo y encarcelarlo.
De esa celda pequeña donde
solo podía dar tres pasos antes de volver a su punto de partida, Chávez fue
trasladado a la cárcel de Palmasola. Ahí lo esperaba Leónidas Rodríguez, un
hombre condenado a 30 años de cárcel que ahora regenta Palmasola.
“Le expliqué bien la
situación. Le dije que no se meta en líos, en peleas, discusiones o
borracheras, que debe cumplir nuestras normas o estará en problemas con
nosotros”, cuenta Leónidas. Ahora, el macho alfa, la fiera enjaulada, está en
territorio ajeno
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