Definitivamente, el fútbol es parte de la sociedad en su conjunto.
Infelizmente, esa natural alianza debiera ser para mejor, pero, por lo que venimos presenciando en los últimos días, me parece que el balompié boliviano está siendo carcomido por intereses políticos que pueden postergar, aún más, su crecimiento técnico, físico y, sobretodo, deportivo.
Y para infelicidad de muchos buenos bolivianos que viven en el Oriente, la cosa está centralizada en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, otrora “tierra productiva” del país.
En la ciudad oriental no existe más ley, no hay respeto, no hay tranquilidad.
Puede ser en los mercados, en las calles, en los centros comerciales o en los estadios, lo que impera es la violencia, física y verbal. La gente camina humillada, cabizbaja, sin alegría, sin optimismo.
Es una ciudad donde la ley es la del garrote, la agresión, física y verbal.
Desde el presidente de la república, el vicepresidente, diputados, senadores, constituyentes, gremialistas, árbitros, jugadores y técnicos visitantes hasta policías, son víctimas de la truculencia juvenil que, sobre el mote de “cruceñistas” se dan la libertad de imponer su voluntad por encima de la ley.
Y lo que más preocupa, es que ese comportamiento nazi-fascista está llegando al estadio Tahuichi Aguilera, en donde los jugadores de fútbol, árbitros, prensa deportiva y dirigentes, pisotean sin escrúpulos la palabra “Autonomía”, sin que los dirigentes de la Federación Boliviana de Fútbol (que para serlos reciben jugosas sumas de dinero de la Conmebol) y de la Liga digan nada.
Me pregunto, ¿en dónde es está el prefecto, que es la primera autoridad del Departamento? ¿Qué hacen los jefes policiales que miran impávidos a sus hombres ser agredidos en las calles y en los estadios? ¿será que las milicias tienen más autoridad en una ciudad sin autoridad?
Inmediatamente, los verdaderos deportistas y los verdaderos cambas tienen que hacer algo, si no, corren el peligro de venir a ser parte de un Departamento sin ley.
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