Copa América
“A Brasil le salieron todas bien y a la Argentina, todas mal”.
Esa es la explicación del entrenador argentino, Álfio Basile (foto), para la derrota de Argentina frente a Brasil, en la final de la Copa América de Venezuela.
Puede parecer una explicación simplista, pero, creo, que es lo real.
Se impuso la “cajita de sorpresas” a la lógica.
Y la cajita la abrió Dunga, el entrenador de Brasil.
O mejor, diría que los jugadores brasileños sacaron de la cajita un manto para evitar que los argentinos muestren lo mejor de sus atributos en cancha: el desplazamiento musical de sus jugadores, el toque de bola y el drible.
Cuando un equipo marca bien, destruye (en el mejor estilo Dunga, fútbol feo, dígase de paso) y encima marca un gol a los 4 minutos y poco después recibe la ayuda del adversario en forma de auto-gol, no puede ser diferente.
Solo para recordar (como nunca y fuera de las características más ricas del fútbol brasileño) Brasil cometió 39 foules contra 25 de los argentinos en todo el cotejo.
Tener que quitarse de encima la marca rígida (de respiración boca-nuca) y encima tener la obligación de disminuir la diferencia de dos goles en apenas un primer tiempo, es dosis cabalar para cualquier mortal, aún tratándose de Argentina, sin duda, el mejor quipo del torneo.
El fútbol es así y además en un clásico mundial como es Brasil-Argentina, no se puede dar ninguna ventaja al adversario.
Argentina lo dio y Brasil es el campeón.
Una sorpresa hasta para los más crédulos del fútbol brasileño.
No siempre el mejor gana; que lo digan Sócrates, Zico, Toninho Cerezo, Falcão, Junior y el saudoso Telé Santana.
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