Está constatado que la FIFA y la Conmebol son casas bandidas que administran
el fútbol mundial y sudamericano.
Naturalmente, las federaciones y asociaciones afiliadas, siguen el
ejemplo mayor.
El fútbol boliviano, donde ya no existe vergüenza alguna, no se salva.
Desde atrás de las rejas y desde los escritorios de Asunción y Zurich,
los que manejaron esas dos instituciones continúan dictando las reglas.
Continúan protegiéndose.
En Bolivia no debe sorprendernos, siempre fue así, y fueron poquísimos
los periodistas y medios que tuvieron coraje de señalar esas atrocidades.
Como ya no se puede esconder nada, hasta los que sabiendo y se callaron
a su tiempo, por intereses económicos, hoy acusan y echan el grito al cielo, en
una actitud falsa e hipócrita.
Con la resalva de que xcepciones ciertamente deben existir, Carlos Chávez, y otros que ocuparon el cargo de presidente de la
Federación Boliviana de Fútbol (FBF) antes de él, así como los que se beneficiaron
directa e indirectamente en esas administraciones por trabajar en su entorno, son
responsables por la pobreza absoluta del
fútbol nacional.
Porque está comprobado que el fútbol boliviano es absolutamente
dependiente de esa organización internacional, que desde la cárcel de Palmasola
aún ofrece autorizar para que dineros sean enviados a los clubes, en una
actitud de completa cara dura y desfachatez.
Lo peor y más humillante para los clubes bolivianos, que no tienen
recursos para funcionar, saben que la limosna bandida ofrecida, proviene de la
participación en torneos como la Libertadores y Sudamericana. Es un dinero
legítimamente ganado.
Porque los clubes bolivianos ya no juegan torneos para tener la honra de
ser campeón. Lo que disputan ahora, es la posibilidad de clasificar a un torneo
internacional para sobrevivir con el dinero proveniente de ello.
Sin esos dineros, el fútbol boliviano no se sostiene, porque las
recaudaciones de los torneos nacionales no son suficientes y los recursos de
los derechos de televisación de torneos que ni se jugaron, ya se los gastaron.
O sea, el fútbol boliviano está prisionero de una organización mafiosa
que aún sobrevive en las casas de detención.
Y gracias a esas reglas dictadas por esa organización que existe hace
muchos años, los únicos que siempre se dieron, aún se dan bien y ganan mucho dinero,
son los que venden y compran, los mercaderes que ya no saben qué papel
representan: dirigentes, empresarios, periodistas o locutores. Rarísimas son
las excepciones.
En el “mundo boliviano del fútbol” hoy, no se sabe si quien habla con
dirigentes y jugadores lo hace en la condición de periodista o de empresario.
Y en esa relación nauseabunda, antes que la noticia, lo que parece
interesar es demostrar “al aire” y públicamente, el poder que sentimos con la
relación íntima entre periodistas y entrevistados, con palabras que van desde “querido”, “estimado”, o
simplemente diciendo los nombres en el diminutivo.
Lo que menos importa es el oyente, el tele espectador, el hincha.
Lamentablemente, en esa falta de vergüenza toda, el único que sale derrotado es el fútbol
e, irónicamente, los únicos que no salen de la pobreza son los actores principales
del circo: futbolistas y árbitros.
Y todavía nos damos la libertad de mezclar ese fútbol con civismo,
patriotismo y mística.
Una pena.
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