El amistoso de mañana entre Bolivia y Brasil es el típico juego “caza níqueles”.
Vale por la solidaridad del futbol brasileño
con el boliviano.
Solidaridad con la familia de un hincha
boliviano muerto debido a la “locura” de un hincha brasileño.
Solidaridad con los campeones sudamericanos del
63 que pasan necesidades y que son la muestra de lo perversa que es la realidad
del futbol boliviano donde todos enriquecen, menos los jugadores.
Y finalmente, solidaridad con la Federación
Boliviana de Futbol que tiene sus economías en el suelo, porque están comprometidos
hasta los dólares de los derechos de televisación de las Eliminatorias a la
Copa del Mundo de 2018.
Ahí, uno se pregunta, ¿por qué tanta
solidaridad?
Primero, porque José María Marín presidente de
la Confederación Brasileña de Futbol (CBF) atendió una orden de Nicolás Leoz,
presidente de la Conmebol, que atendió un pedido de Carlos Chávez, presidente
de la Federación Boliviana de Futbol (FBF). Estos señores se necesitan unos a
los otros para lograr permanecer en sus cargos.
Y finalmente, la solidaridad brasileña pasa por
el interés de Luiz Felipe Scolari, entrenador de la selección brasileña que
juega contra el tiempo para definir los 23 jugadores que serán llamados para la
Copa de las Confederaciones que será realizado en Brasil del 15 al 30 de junio
de este año.
La CBF ni se molestó en pagar de sus propias
arcas el costo del vuelo chárter Río-Santa Cruz de la Sierra-Río, porque es más
barato que ir a jugar el noroeste de Brasil, por ejemplo, y el amistoso le sale de gracia.
O sea, futbolísticamente, el juego sirve (y
mucho) para Brasil; para Bolivia, no sirve de nada, a no ser perder prestigio
caso se produzca una goleada, cosa que no me sorprendería en absoluto.
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