Las manifestaciones en Brasil no son contra el
gobierno, contra la oposición o contra los partidos políticos.
Es una manifestación contra todo el sistema.
Es contra el modelo de país actual.
Por lo tanto, es un alerta para todos los
países latinoamericanos.
Países como el nuestro, Bolivia, que están
viviendo la bonanza de los recursos naturales, pero no renovables, y sus buenos
y circunstanciales precios, deben analizar con cuidado los acontecimientos en
Brasil.
Brasil, que se vanagloria de ser la 5º economía
del mundo y que estaba festejando el mote de “País Emergente”, simplemente se
acomodó.
Para esa acomodación contribuyeron las
tranquilas tres victorias electorales para la presidencia de la República (dos
Lula y una Dilma).
Está cierto que son tres gestiones
gubernamentales que dieron ciudadanía a muchos brasileños que vivían
literalmente en la “clandestinidad” y que no existían para el resto del país.
Y que salieron de la extrema pobreza,
enterándose de lo que significa pan y escuela.
No hay que negar.
Entonces, gobierno constituido pelas urnas +
economía estable y en crecimiento + nuevos ciudadanos = acomodación política y al mismo tiempo, crecimiento de una nueva camada poblacional.
Para Lula y Dilma, que surgieron de lo más
hondo de la lucha contra las dictaduras militares, no es fácil (y lo estamos
viendo) tener que saldar el costo de ser obligados a realizar alianzas
políticas para tener gobernabilidad.
No es ninguna casualidad que en Río de Janeiro,
la ciudad donde más fuerte se sintió el sismo de las manifestaciones, los
gobiernos, municipal y Estadual, sean administrados no por el PT y si por sus
aliados - uno del PMDB y otro perteneciente a una sigla controlada por una
secta evangélica.
La población que se lanzó a las calles no
pertenece ni a las camadas privilegiadas, ni a los grupos que nunca tuvieron
ciudadanía. Es una importante camada que conforma un contingente significativo
del país que surgió durante las tres gestiones del PT – pero que vinieron
siendo última y lentamente olvidados. Es la genuina “clase media emergente”
que, estando a un paso de subir un patamar más en la escala social (aspiración
que me parece justa), se vio atingida por la elevación del costo de vida y en
muchos casos frustrada por no poder realizar el sueño, por ejemplo, de la casa
propia.
En las calles están jóvenes, mujeres y hombres,
acompañados de los padres, que no les alcanza más para pagar las elevadas
mensualidades en las universidades privadas, por ejemplo y que la suma de los 0,20
centavos de aumento en el transporte público desequilibra el presupuesto
familiar mensual. Y que, al mismo tiempo, veen al gobierno (atender exigencias de la FIFA y del COI), gastando millones y millones de reales en la
construcción de estadios para la Copa del Mundo y Juegos Olímpicos.
Eventos que, a pesar de importantes para el
país, solo pueden asistir los brasileños más privilegiados, o los turistas
extranjeros, pues el costo de los ingresos son impracticables para los que se
encuentran protestando en las avenidas.
Y qué decir de aquellos millares y millares de
ciudadanos, hombres y mujeres, que viven de la venta de productos callejeros
alrededor de los estadios y por imposición de la FIFA, durante los 30 días de
la Copa, tendrán que dejar de ganar el pan diario. Ellos también se sumaron a
las protestas.
Qué ironía para este escriba (que adora y
trabaja en torno al futbol), tener que manifestar que, en el fondo, las
manifestaciones en Brasil son justas.
Sin embargo, hay que lamentar la presencia de
agitadores y provocadores cuyos intereses son excusos.
Cabe aquí a los políticos brasileños solucionar
el problema y entender que, definitivamente, el deporte en general y el futbol
en particular, son actividades que tienen mucho que ver con la sociedad en su
conjunto.
Pero parece que en el “país del futbol” se
olvidaron de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario