La FIFA está reunida en Zurich
para elegir a su nuevo presidente, en un evento cuyo principal esfuerzo es el
de recuperar credibilidad.
Ciertamente, en horas más,
será anunciado el nombre del sucesor de Joseph Blatter, dirigente con el que
acabó la dinastía Havelange, que duró 42 largos años y que se caracterizó por
haber creado la mayor red de corrupción en la historia del fútbol mundial.
Y el mayor problema del
nuevo presidente irá justamente en ese sentido. Porque sin interferir y
modificar la organización existente en las 209 confederaciones, federaciones afiliadas a la institución, todo continuará como hasta ahora: entidades
administradas con base a estatutos viciados y que sirven a pocos grupos de
personas, sin ningún tipo de control o fiscalización.
Entre los cinco candidatos a
la presidencia de la FIFA, ninguno presentó propuestas claras para exigir a las
federaciones una modificación en sus actividades administrativas y
estatutarias, donde se dé mayor poder a los clubes, se permita que los
jugadores puedan ser electores de los presidentes, que las cuentas sean
transparentes y que las llamadas barreras electorales acaben.
La misma elección de la FIFA
hoy, se la hace con base a los viejos estatutos, sin modificar nada, y con la
presencia y el voto de representantes de entidades sin ninguna credibilidad.
El caso de América del Sur
es un ejemplo de cómo el fútbol sirvió para que organizaciones criminales
actuasen libremente: dirigentes de nueve de diez federaciones fueron acusados por
el FBI, de recibir propinas.
Habrá un nuevo presidente en
la FIFA, eso sí; resta saber, sin embargo, si tendrá la capacidad y fuerza para
recuperar el prestigio mundial del fútbol.
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