Comienza un nuevo año deportivo y todos los equipos de fútbol se reciclan y buscan refuerzos para tener mejor desempeño dentro de la cancha.
Lo mismo debiera acontecer con la prensa deportiva. Los programas y sobretodo los periodistas, deberíamos analizar nuestro desempeño durante el año que pasó, hacer una autocrítica, y prepararnos para trabajar los doce meses siguientes. Lectura, mucha lectura, es el camino más directo para ese cometido.
Sin embargo, noté que en Bolivia, como en pocas partes del mundo, no es necesario el título académico para ejercer el periodismo.
Hace 30 años se podía entender, pues no existían facultades de Comunicación Social en el país, pero hoy abundan.
Lo que me llama la atención es que las universidades no tienen cursos de especialización en deportes y no preparan profesionales para el sector; consecuencia: el bajo nivel en el tratamiento de la información deportiva y la creencia de que el periodista deportivo es el todo poderoso, el dueño de la verdad.
Ese proceso, que viene de hace años, está llevando la profesión al descrédito, contribuyendo para la degradación de las entidades que controlan el deporte en general y caminando, curiosamente, en contramano al crecimiento económico del deporte en el mundo.
Nos estamos olvidando que un trabajo periodístico con cualidad y equilibrio es importante para dar satisfacción intelectual a la comunidad boliviana.
Muchos periodistas tienen claro (aunque inconscientemente) que somos parte de aquello que los norteamericanos, en 1776, coincidieron en llamar de “cuarto poder”.
Pero, lo peor es que no saben que todo poder exige un contrapoder.
Exactamente igual a lo que Montesquieu y los americanos pensaron cuando hicieron un estado con tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, para que se fiscalicen entre sí.
La pregunta es: ¿quién sería el contrapoder de la prensa? ¿Quién debería fiscalizar a los medios de comunicación deportivos en Bolivia?
El Viceministerio de Deportes o la Federación Boliviana de Fútbol o la Liga o el Comité Olímpico Boliviano, no, porque sería el fin de la democracia; los dirigentes y deportistas, por ser parte de la noticia, también no.
Entonces, ¿quién?
La propia sociedad, claro.
Es a ella que nos debemos, llámense lectores, oyentes o teleespectadores.
El periodismo deportivo, entonces, debe ejercer con independencia y responsabilidad su “poder”, pero teniendo en mente que también puede ser fiscalizado.
Cabe a las universidades inculcar esos principios a los futuros periodistas, caso contrario, colocarán en el mercado a profesionales para reforzar el equipo de los “sin credibilidad”.
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