Era el mes de marzo de 1964 cuando el estadio
Hernando Siles, una de las postales arquitectónicas de La Paz, tuvo la honra de
recibir al futbol alegre, irreverente y humillante (para los laterales
izquierdos) de Mané Garrincha (foto al lado) que jugaba en el Botafogo junto a los jóvenes
Manga, Gerson, Jairzinho y Zagallo (foto abajo).
En ese entonces se realizó el torneo
internacional Jubileo de Oro y Botafogo fue campeón invicto, derrotando
al Banik Ostrawa, de la entonces Tchecoslováquia, por 2 a 0; al Racing, de Montevidéu, por 2 a 1; a The Strongest, de Bolivia, por 2 a 0; y al Boca Juniors, de Buenos Aires, por 2 a 1.
Los paceños y bolivianos que llegaron de todo
el país para asistir al torneo, se encantaron con lo que vieron en el torneo y
sobre todo en la final.
La última “victima” en el Siles se llamaba
Silvio Marzolini (foto al lado), joven del Boca y la selección argentina, rubio fuerte,
técnico y considerado el mejor lateral izquierdo del mundo en la Copa de
Inglaterra 1966.
Con sus piernas chuecas, la cabeza levantada y,
esporádicamente, sus manos en la cintura, Garrincha, en fracción de segundos, acostumbraba
a decidir la jugada que se venía saltitante y rápida, de izquierda a derecha y
viceversa, sin tocar el balón que se quedaba esperando la orden para correr
radiante, por la derecha, junto al zapato diestro del ídolo. El resultado de
esa coreografía era casi siempre marcador en el suelo. Y con Marsolini no fue
diferente. Como tantos otros en el mundo.
Como, por fuerza de contrato, Silvio Marsolini
tenía que estar en campo, el segundo tiempo se fue a jugar de centro delantero.
Cuento todo eso, para recordar que hace 30
años, exactamente en un 20 de enero de 1983, dejaba de existir en Río de
Janeiro, Manuel Francisco dos Santos, Mané Garrincha, uno de los mayores
jugadores de futbol de todos los tiempos.
Hasta ahora pienso que si el futbol se jugase
con la alegría que lo hacía Garrincha, todo sería diferente.
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