Cada vez que veo las imágenes que llegan desde Beijing donde se están realizando los Juegos Olímpicos, siento una profunda tristeza. Acompaño y vibro con la belleza de la plástica deportiva internacional en todas sus modalidades, pero siento tristeza. Me emociono con cada victoria de los y las atletas, porque que me imagino el esfuerzo que cada uno de ellos debe haber desplegado para llegar donde están, sin embargo, siento melancolía. Me solidarizo con aquellas personas que se esfuerzan en procura de una medalla, sobreponiéndose a las dificultades económicas, porque no todos son oriundos de países ricos, mas, siento pena. Siento una envidia poco disimulada al imaginar cómo debe sentirse un ser humano amante del deporte, compartiendo la misma Villa Olímpica y alimentándose de la misma olla. Entretanto, siento congoja.
Tristeza, melancolía, pena, congoja, todo al mismo tiempo, y me pregunto: ¿Por dónde andarán los atletas bolivianos? ¿Compitiendo? ¿Cómo? ¿En qué condiciones?
Conmemoramos 183 años de vida republicana y continuamos los mismos, sumidos en la mediocridad deportiva y social.
Permanecemos como un país visto con pena. Somos conscientes de nuestra lástima y de que no tenemos ninguna posibilidad de conquista olímpica, pero, así mismo, a cada 4 años asistimos la misma cantaleta y la misma ceremonia en Palacio de Gobierno, viendo al presidente de la república despidiendo a los atletas y entregando la Bandera Nacional. Mientras los dirigentes, en mayor número en la delegación, explican que “vamos a aprender, a ganar experiencia”. ¿Experiencia? ¿Qué experiencia? ¿Conseguiremos experiencia viendo a los otros haciendo la fiesta? ¿Masoquismo o sinverguenzura?
A cada cuatro años, vamos y no aprendemos nada; no ganamos nada y mucho menos experiencia.
Si los dirigentes del Comité Olímpico Boliviano honestos fueren, invertirían el dinero que reciben año tras año del Comité Olímpico Internacional, en instalaciones deportivas para los niños, para que ellos, quién sabe un día, nos demuestren que realmente están preparados para participar de los Juegos Olímpicos. Mientras eso no suceda, continuaremos ganando la medalla de la mediocridad y continuaremos con nuestra pena.
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