Antes mismo de llegar a Pekín como invitado para la inauguración de los Juegos Olímpicos, el presidente de los EEUU, George Bush, bien a su estilo ranchero, criticó la situación política del país sede del mayor evento deportivo mundial.
Los chinos se encargaron de dar la respuesta inmediata y pública, pidiendo al mandatario norteamericano que no se meta en los asuntos internos del país.
Y listo, ahí acabó todo, después intercambiaron sonrisas, personalmente.
Lo que nadie dijo, siquiera los miembros del Comité Olímpico Internacional, es que política y deporte no combinan.
Los Juegos ya fueron realizados en casi todos los países potencialmente económicos para ello, inclusive en la ex Unión Soviética y los EEUU, y los más interesados, los deportistas, vivieron momentos memorables en el ámbito puramente atlético. Y todos los que asistieron por la TV, claro, se deleitaron con ello.
Los políticos no pierden la manía de aparecer en eventos deportivos de relevancia internacional o nacional, inclusive en Bolivia.
En cualquier parte del mundo la agresión a los derechos humanos es deplorable, pero debe ser combatido y castigado en el ámbito puramente sociopolítico y de la justicia.
El deporte tiene su propia justicia y es en esa esfera que deben ser castigadas los eventuales excesos. Lejos de la política.
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