Aparecen los habituales hombres y mujeres públicos
deseando la victoria. Surgen mujeres queriendo ir al estadio sin tener la
mínima noción de lo que es el futbol.
Periodistas deportivos, sobre todo de radio y televisión,
quieren aparecer más que los propios jugadores, sin darse cuenta que los artistas
son los jugadores y no los comunicadores.
Las revistas matinales televisivas son
invadidas por gentes que juran amor eterno a la selección y las simpáticas
conductoras y sus acompañantes conductores visten vistosas camisas verdes para
demostrar su convicción de que la selección representa a la patria misma.
En realidad, lo que todos buscan, a su turno, es la fórmula para vender más y lucrar con la
selección.
Es una constatación de que todos los que
trabajan en torno al pobre futbol boliviano en general y a la selección en
particular, lucran mucho más que los propios jugadores que no solo son dueños
del espectáculo como también los que sudan la camisa.
Y dependiendo del resultado, los jugadores de
la selección serán villanos o héroes hasta el próximo cotejo. No hay término
medio.
Es un círculo vicioso que viene creciendo asustadoramente
desde que la globalización tomó cuenta del deporte en el mundo y que, dentro de
nuestras limitaciones deportivas y económicas, también penetró en Bolivia.
Mientras eso ocurre, la educación física en las
escuelas se limita a media hora de peloteo en las minúsculas canchas del país.
¿Y la FIFA? Bien gracias.
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